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No es culpa de la IA; es de la pedagogía caduca

Mientras las universidades sigan evaluando tareas lineales y memorísticas, cualquier tecnología, a partir de las peligrosas calculadoras y de allí en adelante, nos parecerá una amenaza.

Hace un par de semanas publiqué una opinión sobre el uso de la inteligencia artificial y cómo ésta se podría volver un arma de las élites económicas. No faltaron las críticas, que son siempre bienvenidas.

¡Mártires del sistema educativo y futuros burócratas del conocimiento! ¿Siguen creyendo que el Apocalipsis llegará con un meteorito o una pandemia? ¡Ingenuos! Llegó en forma de algoritmo, y lo llamamos... ¡ChatGPT, Claude, Gemini, DeepSeek, Manus o NotebookLM!

Pero tranquilos, esto no es nuevo. Nada nuevo. ¿O que acaso no se acuerdan que en 1986 un grupo de profesores marcharon en Washington para protestar contra el uso de calculadoras en las aulas. ¡Temían que los estudiantes dejaran de pensar! Y miren, casi cuarenta años después, las matemáticas no solo no se murieron, sino que evolucionaron. ¡Quién lo hubiera dicho! La civilización no colapsó por una maquinita de números. Ahora, el nuevo terror, el riesgo existencial que nos quita el sueño, es, por supuesto, los Modelos de Lenguaje Grandes, conocidos entre los nerdos como un servidor como LLMs por sus siglas en inglés.

Recientemente, un estudio del MIT reactivó las alarmas con una revelación que nos dejó a todos boquiabiertos, no por su aportación, sino por lo estúpido de su conclusión: quienes delegan completamente la escritura a la IA muestran menor actividad cerebral. ¡Eureka! Qué obviedad, ¿verdad? Es como si decir que la IA daña el pensamiento es como decir que usar un montacargas impide ejercitar los bíceps. ¡Quién diría que si no usas tu cerebro, se atrofia! Un misterio digno de un doctorado en lógica básica.

Pero el verdadero escándalo, la verdadera joya de esta comedia de horrores que subyace, es que el problema no es la herramienta. ¡No, señor! El problema es el modelo educativo que, con una obstinación digna de aplauso, sigue confundiendo el aprender con el completar exámenes y hacer ensayos. Ah, el ensayo, ese fetiche pedagógico. Si el estudiante redacta algo extenso, bien estructurado y con citas correctas, asumimos que ha reflexionado. Pero a la hora de los güamazos, es decir, a la hora de resolver, de estructurar, de analizar y de aplicar soluciones prácticas para el mundo real, pensar con efectividad no es llenar cuartillas. Pensar es dudar, conectar, argumentar, imaginar diversas soluciones y experimentar cada una de ellas. Cosas que, por supuesto, no caben en un PDF con formato APA. ¡Qué osadía!

La verdad, escandalizadas damas y faroleros caballeros, es que la IA no empobrece el pensamiento. Lo empobrece un modelo educativo caduco, antigüo y destartalado que se centra en calificar productos de papel, no en estimular el proceso reflexivo. Mientras las universidades sigan evaluando como en 1950, con tareas lineales y memorísticas, cualquier tecnología, a partir de las peligrosas calculadoras y de allí en adelante, nos parecerá una amenaza. Aunque nos duela reconocerlo, lo que verdaderamente nos espanta es reconocer que es urgente replantearnos por completo la utilidad y la pertinencia de la actual educación superior en un mundo donde el conocimiento universal está a un clic.

Así que no, los LLM no van a matar el pensamiento, ni un ensayo lo garantiza. El dilema no es tecnológico. Es pedagógico. Y si no lo cambiamos, seguiremos produciendo máquinas biológicas de llenar hojas tamaño carta y PDFs perfectamente incapaces de transformar el mundo, porque lo único que saben es describirlo. Y francamente, ¿quién necesita pensadores cuando tienes buenos formateadores de texto? ¡Un brindis por la mediocridad académica garantizada!

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