¡Ay, la austeridad! Ese noble ideal que la Presidenta Sheinbaum (¡bendita sea!) nos receta a los simples mortales, recordándonos que los servidores públicos no deben caer en el consumismo ni en lujos vulgares como ir a restaurantes caros o viajar en camionetotas.
Pero, ¡oh, paradoja!, mientras el pueblo bueno, sabio y bobalicón se aprieta el cinturón, nuestro querido líder sindical y coordinador de Morena en Diputados, Pedro Haces, aún se relame los bigotes tras la celebración de su sexagésimo aniversario en el exclusivo Hotel St. Regis, donde un platillo puede costar hasta 9,900 pesos. ¿Será que el movimiento popular incluye membresía VIP?
Y el presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, con su Volvo prestado y sus vuelos en primera clase, nos aclara con desenfado aristocrático que su dinero es suyo y no tiene que ver con las políticas públicas de austeridad.
¡Vaya!, así cualquiera se vuelve humilde de corazón mientras vive como marajá.
La verdad, es difícil no preguntarse de dónde sacan la lana, pues sus dispendios pantagruélicos no cuadran con los sueldos que, supuestamente, son inferiores a los de la Presidenta. Quizás vivan de las plusvalías del capitalismo financiero, como decía Lenin, o de negocios privados que no tienen que ver con la política.
¿Será que el pueblo, que con dos playeras de Morena y un par de chanclas la arma, un día se pregunte por qué no le invitan de ese dinero que tanto tienen y disfrutan? Porque, seamos sinceros, este perfil moral de austeridad es más bien un disfraz fariseo de nueva riqueza.
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