¡Ah, la ansiada reforma judicial! Esa que promete justicia y, en un acto de prestidigitación política, nos entrega un nuevo Órgano de Administración Judicial (OrgAJu). Se supone que este flamante ente será la independencia técnica y de gestión personificada, el faro que guiará los destinos de mil 671 juzgadores federales, incluidos ministros de la Corte y magistrados electorales.
Este nuevo bodrio es tan independiente que su integración es un prodigio de la meritocracia moderna: un miembro elegido directamente por la mismísima Presidenta, otro, con la transparencia que solo Morena y sus aliados (incluidos los que llegaron por la vía del cambio de camiseta del PAN, PRI y PRD) pueden ofrecer, será votado por dos terceras partes del Senado. Y, por si fuera poco, los otros tres serán designados con ocho votos de los nueve ministros de la Suprema Corte, porque, ya saben, la unanimidad es el nuevo criterio de la ley.
Dicen las malas lenguas, esas que ven fantasmas de aniquilación de la democracia e instauración del autoritarismo, que lo que antes era una rebatiña de cuotas entre partidos, ahora es un pastel entero para el oficialismo. ¿La promesa de acabar con las cuotas? Un chiste, supongo.
El OrgAJu, previsto para el 1 de septiembre, promete designar a los jueces sin rostro... quizás para que nadie sepa quiénes son los genios detrás del inevitable colapso. Porque, vamos, con más de mil 500 casos en espera y 800 jueces experimentados huyendo del barco, el Poder Judicial no solo tendrá un OrgAJu, sino una verdadera vacío judicial. La transformación, ¿para qué? Para que el poder real del Poder Judicial no nazca de las urnas, sino de la voluntad directa de Morena. ¡Qué alivio! Ahora sí, la justicia está en manos (muy específicas) de un ‘pueblo’ que el pueblo siquiera sabe que existe.
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