La declaración de culpabilidad de Ovidio Guzmán era la bomba de tiempo que el gobierno de la 4T no quería que explotara, y el abogado Jeffrey Lichtman fue el encargado de prender la mecha. Con la sutileza de un Noroña en tienda de perfumes, Lichtman acusó a la presidenta Sheinbaum de actuar más como publirrelacionista del crimen organizado que como una líder honesta. ¡Un aplauso para el cinismo!.
¿Y qué hace la presidenta? Pues se va de gira a Sinaloa, a la tierra de los Guzmán, ¡el mismo día de la audiencia de Ovidio!. Para colmo, se aparece sonriente al lado del gobernador Rubén Rocha Moya, quien encarna los pactos del gobierno con los narcos y está en la lista de los políticos que Estados Unidos tiene señalados como narco operadores.
La prudencia indicaba que era una crisis de la cual no sería fácil salir, y para acomodar peor las cosas se comete un doble error. Una imprudencia tan descomunal que hasta parece hecha deliberadamente para gritar a los cuatro vientos “sí, estoy del lado de los criminales, ¿y qué?”.
La excusa oficial de que la Fiscalía General de la República, no el gobierno, es la responsable, es tan creíble como la promesa de un político en campaña. Porque claro, la soberanía nacional es innegociable, a menos que un abogado gringo te la ponga en jaque y te obligue a defender a tu mentor, Andrés Manuel López Obrador, de investigaciones de Brooklyn.
Este es el show de la desaparecida diplomacia mexicana, donde el circo mediático y la estupidez gubernamental es la nueva política.
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